"Era la época en que no había clases medias, o pertenecías a la realeza y no trabajabas o cubrías totalmente tu cabello y limpiabas desde el amanecer hasta que el último integrante de la familia decidía que era tiempo para dormir.
Yo la conocí mientras limpiábamos juntas la casa de unos holandeses acomodados que sucumbían a las peticiones de un mecenas perverso y hedonista. Ella era tímida, casi nunca hablaba y sus grandes ojos color azul caribeño transmitían más miedo que encanto.
Quizás por eso todos los hombres que vivían en La Haya volteaban a verla, creo que era el síndrome de "plebeya en desgracia" y la querían salvar de su propio destino.
Mientras yo pelaba patatas todo el día y fregaba los trastos de los hijos malcriados de los patrones, ella desaparecía horas en el ático. Decía que estaba limpiando el estudio, ese rincón donde nuestro patrón dedicaba días y noches enteras a hacer unos garabatos que al principio no tenían forma y al cual teníamos prohibida la entrada.
Nunca comprobé si realmente tuvo amoríos con el mecenas y el patrón, pero los chismes eran la manera cotidiana de destruir su reputación..ella, la que nunca hablaba y no se defendía..sólo su mirada se volvía cada vez más transparente..como si al verte pudiera traspasar tu espíritu y dejarte en blanco..
Yo le tenía un poco de envidia, pues era el centro de atención. Los carniceros, panaderos y hasta de aquellos que vendían pescado anhelaban tan sólo una mirada suya. Traté mucho tiempo de hacerme su amiga, pero ella tenía demasiados secretos y pocas ganas de contarlos, así que decidí observarla a la distancia, mientras la patrona montaba en cólera por ver las atenciones que tenían con ella los miembros de la familia. Yo ayudé a que ella se fuera de la casa, escondiendo los aretes de la patrona entre los ropajes limpios junto a la cama que estaba cercana a la mía y no la miré cuando salió por la puerta.
Poco tiempo después enfermé de peste, cerré mis ojos y no supe nada más de ella, nunca pude pedirle perdón y muero sabiendo que ella sólo prestó su rostro para que el maestro se inspirara. Fue la perdición de nuestra casa y de todos aquellos que la conocimos. Su tristeza invadió nuestro espacio y nuestra soberbia nos mató."
Encontré este texto entre las piedras de un muro muy cerca de "La Casa de Mauricio", en mi primer viaje a la Haya. No hablo holandés, así que esto que he transcrito fue parte de la traducción de mi acompañante y de lo que los recuerdos me permiten compartir. Decidí entrar a la Galería Real de pinturas con los pocos euros que me quedaban, pues estaba a punto de regresar a la estación del tren para dirigirme a Amsterdam.
Busqué entre los cuadros de la colección real alguno que tuviera el retrato de una joven sirvienta, algo que me indicara a qué obra se refería el texto que hacía pocos minutos había leído. Era una joya lo que tenía entre mis dedos, pues sé que en esa época (casi como ahora) las personas que se dedican al trabajo doméstico no sabían leer o escribir. Pienso que fue la desesperación de encontrar el perdón la que motivó a la que suscribe la nota a escribir con su último aliento una manera de pedir perdón a algo que ya no podía solucionarse.
Ya estaba cansada de recorrer la Galería Real, estaba a punto de salirme cuando de pronto encontré un cómodo sofá blanco, estaba solo. Decidí sentarme un rato en lo que recobraba el aliento para tomar el tren a mi siguiente destino, cuando mi mirada se sintió atraída hacia la pared que estaba de mi lado derecho.
No hubo más que un enamoramiento profundo y sincero hacia ese cuadro. Me sentí intimidada con una mirada prístina que intentaba conocer mis pensamientos, pero no revelaba nada sobre los suyos. Esos ojos azules que parecían de conejito asustado y aún así traspasaban mi ser, tal como lo había descrito la nota, me llenaron de angustia y adrenalina. Ya no me importó la técnica barroca, o la mezcla de lapizlázuli con tierra y bloquelado. Sentí que sólo estábamos en la sala ella y yo. Casi la escuché pedirme ayuda, pues sabía que haber posado para el pintor la condenaría por siempre. Conocí el sentimiento de envidia que debieron haber tenido aquellos que la rodearon, pues con esa mirada me di cuenta que no había nada más importante en ese momento.
No podía dejar de observarle e intentar sentirla mientras posaba. No obtuve nada. Sólo la sensación de haber sido analizada minuciosamente, creo que hasta el fondo de mi alma. Como nadie, una imagen estática, llegó al principio de mis pensamientos, pero paradójicamente fue demasiado dinámica, pues no le he podido olvidar desde entonces...
Será que las obras artísticas (foto, arias, pinturas, esculturas, grafittis...) se van llenando poco a poco de los sueños y secretos de la gente que los observa y le transmiten al siguiente observador un ápice de vidas ajenas, para que él o ella descubran en su siguiente destino lo que se les tiene preparado?
Johannes Vermeer 1665
Galería Real Mauritshuis
La Haya, Holanda.